Santa Teresa de los Andes.
Querida santa Teresa de los Andes:
Las sierras del Almirante, Albureca y Forarada en la comarca
de la Marina Alta abren sus brazos al peregrino, quien acompañado por los
cerezos de la Montaña de Alicante, cuyos frutos, adquiridos en un comercio, le ofrecen
dulzura para el alma y salud para el cuerpo, miro desde un huerto de la Vall de
Gallinera el pueblo de Benirrama, con su iglesia de san Cristobal, fuentes y
ermita.
Sentado sobre el muro de un campo te escribo estas letras,
recreando mi interior con el ramillete de los diecinueve trazos de tu vida. Este
árbol alegre, amable, responsable, deportista y jovial nació el 13 de julio de
1900 en el seno de una familia acomodada de Santiago de Chile, los
Fernández-Solar, cultivado por las monjas francesas del Sagrado Corazón. El 11
de septiembre de 1910 recibiste la Primera Comunión, comenzando a asistir
diariamente a misa e intensificando tu amistad con Jesús al que complacías
mediante la catequesis y la ayuda a las personas necesitadas. En la primavera
de los 15 años el árbol dio flor que abría los pétalos de su corazón totalmente
a Cristo, madurando tu vocación, acompañada por la visión del Amado, los libros
de santa Teresa de Jesús y Sor Isabel de la Trinidad y la correspondencia con
la priora de las Carmelitas Descalzas de los Andes, “sufrir y orar” escribías a
los 17 años. El 11 de enero de 1919 el fruto atravesó el torno, fugazmente te
alcanzó el otoño, enfermando gravemente. El tifus y la difteria o “peste del
garrotillo” te despojaron hasta ser cubierta por la nieve del invierno el 7 de
abril de 1919, en la espera de la eterna primavera. La semilla que esparciste
sigue ofreciendo frutos: tu juventud, 19 años, simpatía, amabilidad, capacidad
de servicio, conformación con la voluntad de Dios y amor hacia Cristo, “Cristo,
ese loco de amor, me ha vuelto loca”.
Un labrador se acerca con un cesto, cosecha cerezas, me
ofrece un “grapat”, las otras serán para su esposa, hijos, nietos, vecinos,
amigos y cuantos encuentre en el camino.
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