Beato Isidoro Bakanja.
Querido beato Isidoro Bakanja:
Mañana de senderismo. Salimos desde el Monasterio Corpus
Christi de Llutxent, el barranco de alcanzamos la meseta del Pla de Corrals, en
el término municipal de Simat de la Valldigna. El sendero acompañado por los
matorrales y pinares y el sol de mayo, alcanza sosiego ante el retablo de
cerámica de la Virgen de los Desamparados en la ermita de esta bella zona
residencial.
Es entonces cuando, tomando unas cuartillas y el móvil para
leer apuntes de tu vida, icono de la
juventud subsahariana. Hijo de una raza fuerte capaz de aguante que alcanza las
más altas cimas. Es en la web del Sínodo de los Obispos donde queda retratada
tu persona. Hacia 1885 naces en el poblado de Boangi (Congo). En 1905 eres
contratado como peón albañil por una empresa de obras públicas, al tiempo que
conoces a los monjes trapenses, quienes te administran los sacramentos del
bautismo, la confirmación y la eucaristía. Una pregunta brota de tus labios:
“¿cómo se sabe que alguien es cristiano?”. “Si lleva colgado del cuello un
escapulario de María y un rosario”, responden los misioneros. Y así lo haces,
al tiempo que irradias dulzura, bondad y afabilidad, oración y mansedumbre.
Eres inteligente, íntegro, abiertamente cristiano, apóstol, de oración diaria,
comunión y confesión frecuente. Días después comienzas a trabajar en una
empresa colonial de caucho belga. El gerente había prohibido todo signo y
expresión religiosa. Al observar en tu cuello el escapulario te condena a
cargar con la cruz: prohibición, no le obedeces, 25 azotes, no te separas del
escapulario, golpes, latigazos, encierro en el calabozo, mordiscos de ratas,
golpes. Malherido logras escapar, hallando a los misioneros quienes te amparan,
sacramentándote, mueres con 24 años, sin
un resquicio de odio, perdonando.
Corazón negro, africano, noble, sufriente, arraigado en la
tierra, manantial de oración, espontánea, profunda, expresiva. ¡Cuánto tenemos los
europeos que aprender de vosotros!
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